sábado, 20 de marzo de 2010

María Eva Duarte de Perón

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Su inconmensurable amor por los desposeídos, su apasionada lucha por la justicia social y su coraje para enfrentar a los dueños del poder cambió definitivamente la Argentina.
María Eva Duarte de Perón fue una mujer al que el pueblo llamaba “Evita”. Fue la esposa de Juan Domingo Perón y Primera Dama durante su primer gobierno. Una vida corta y refulgente la convirtieron en un mito; un mito que en ocasiones vela la real y concreta dimensión de su militancia.                                                                              
La participación de Evita en la cuestión del voto femenino fue determinante. Esta reivindicación comenzó a principios de siglo con el movimiento feminista y se mantuvo hasta la década del 40. El 26 de julio de 1945, en un acto celebrado en el Congreso, Perón expresó su apoyo a la iniciativa, sin embargo, la iniciativa no prosperó ya que la Asamblea Nacional de Mujeres, presidida por Victoria Ocampo, resolvió rechazar el voto otorgado por un gobierno de facto. El 26 de julio de 1946, en su primer mensaje al Congreso, el ahora presidente Perón, volvió a lanzar la iniciativa e inmediatamente Evita inició la campaña. Reunió legisladores, recibió delegaciones de mujeres todo el país, convocó a la participación a través de la radio y de la prensa. Así, se realizaron asambleas, se publicaron manifiestos y grupos de trabajadoras salieron a la calle a reclamar por la ley. En poco tiempo, las mujeres reconocieron a Evita como su portavoz. Comenzaron las labores parlamentarias y a poco de su regreso de su viaje a Europa, el 23 de setiembre de 1947, en un acto en la Plaza de Mayo auspiciado por la CGT, Perón entregó a Evita una copia de la ley del Voto Femenino –Ley 13.010–.

Sin embargo, los mayores esfuerzos de Evita estaban dedicados a la Fundación que llevaba su nombre. Desde los años ’30, una sucesión de democracias fraudulentas y gobiernos militares impedían el cumplimiento de la voluntad popular. El Estado argentino, organizado en función de los intereses de la oligarquía terrateniente y los grupos económicos, carecía de las organizaciones e infraestructura necesaria para atender las necesidades de los humildes. De los sectores más postergados se ocupaba “la beneficencia”, a cargo de las familias pudientes de cada ciudad del país y la Iglesia, que se limitaba a subvencionar unas pocas instituciones de ayuda. Y este modelo fue el que saltó en pedazos con el advenimiento del peronismo. La Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires –fundada por Bernardino Rivadavia– designaba presidenta honoraria a la primera dama. Cuando Eva Perón reclamó el cargo, le fue negado bajo varias excusas. Así, el gobierno dispuso el 6 de setiembre de 1946 la clausura y disolución de la Sociedad y su lugar es ocupado por la Fundación Eva Perón. 
Fragmento del libro "La razón de mi vida" escrito por Eva Perón en 1951. 
Cuando elegí ser "Evita" sé que elegí el camino de mi pueblo. Ahora, a cuatro años de aquella elección, me resulta fácil demostrar que efectivamente fue así.
Nadie sino el pueblo me llama "Evita". Solamente aprendieron a llamarme así los "descamisados". Los hombres de gobierno, los dirigentes políticos, los embajadores, los hombres de empresa, profesionales, intelectuales, etc., que me visitan suelen llamarme "Señora"; y algunos incluso me dicen públicamente "Excelentísima o Dignísima Señora" y aún, a veces, "Señora Presidenta". Ellos no ven en mí más que a Eva Perón.
Los descamisados, en cambio, no me conocen sino como "Evita". Yo me les presenté así, por otra parte, el día que salí al encuentro de los humildes de mi tierra diciéndoles "que prefería ser "Evita" a ser la esposa del Presidente si ese "Evita" servía para mitigar algún dolor o enjugar una lágrima.
Y, cosa rara, si los hombres de gobierno, los dirigentes, los políticos, los embajadores, los que me llaman "Señora" me llamasen "Evita" me resultaría tal vez tan raro y fuera de lugar como que un "pibe", un obrero o una persona humilde del pueblo me llamase "Señora". Pero creo que aún más raro e ineficaz habría de parecerles a ellos mismos.
Ahora si me preguntasen qué prefiero, mi respuesta no tardaría en salir de mí: me gusta más mi nombre de pueblo. Cuando un pibe me nombra "Evita" me siento madre de todos los pibes y de todos los débiles y humildes de mi tierra. Cuando un obrero me llama "Evita" me siento con gusto "compañera" de todos los hombres.

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